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La canción como arma

Con estas palabras el Grupo de Resistencia Algara (G.R.A) comienza su primer escrito (“Manual para una guerrilla sonora”): “El trabajador cultural no puede mantenerse neutral ante las desigualdades generadas por la sociedad de clases y la opresión capitalista. Por el contrario, debe enfocar su energía hacia el cambio social. Tiene la responsabilidad, ni más ni menos, de crear el ambiente adecuado que permita la extensión de las ideas revolucionarias en la sociedad.” No hay forma mejor de defender la música protesta. No hay palabras mejores para definir la música militante.


Sin embargo, y sin querer quitar importancia a las palabras de G.R.A, hemos de recordar que no hace poco tiempo Víctor Jara, desde una postura política distinta aunque igual de contestataria, ya decía: “Yo soy un trabajador de la música, no soy un artista. El pueblo y el tiempo dirán si yo soy artista. Yo, en este momento, soy un trabajador. Y un trabajador que está ubicado con conciencia muy definida." Verdaderamente no hay mucha diferencia entre estos dos fragmentos. Ambos trabajadores (artistas que diríamos ahora) entienden la música como una herramienta política que debe ser dispuesta al servicio de la emancipación de los oprimidos.


(Manifiesto del G.R.A)


La música ha estado posicionada políticamente desde sus inicios. No se puede entender la música sin el poder, ni el poder sin la música. Cómo casi cualquier “producción” cultural, la música ha estado acompañándonos en rituales, noches y días, en revoluciones, dictaduras y batallas. La música, presente desde nuestro primer soplo, nos define: construye buena parte de nuestra identidad. Lo musical, no es algo separado de lo político, lo decimos una vez más, sino algo inseparablemente conectado con la realidad política y con el poder. Escuchamos y creamos música desde una posición social y política concreta que nada tiene de fortuita y casual: “Vamos a aclararte, el arte no es un juego/ ¿A quién vas a cantarle, a los ricos o al pueblo? […] Seamos sinceros, por favor / Antes de ser rapero, primero soy pueblo obrero y poblador” (Portavoz en “Rebelarte”).


En junio de 1973 Víctor Jara, como otros, antes y después de él, se definió como un trabajador más, como un obrero más. Pinochet, más tarde, le haría pagar esta conciencia de clase, este alineamiento de intereses. El dictador chileno mandaría cortar a Jara las manos y la lengua. “Canta ahora si puedes hijo de puta” le dijo uno de los pacos que le torturo. Años después, por suerte, las y los hijos de puta siguen cantando desde una posición de clase, y con actitud rebelde, revolucionaría y consciente.


La música, como se ha dicho, nos acompaña inexorablemente en nuestras vidas, y es nuestra responsabilidad, por tanto, reflexionar sobre el valor ideológico de la música que escuchamos. A riesgo de ser repetitivos, decimos que la música siempre va a contener y va a reproducir una ideología, pues toda canción, sea esta del género y del estilo que sea, siempre va a ser escuchada y creada en un espacio ideológicamente conformado. La música la crean personas con pensamientos políticos concretos, en momentos histórico-ideológicos concretos, etc. Incluso los gustos estéticos y musicales estarán influidos, aunque no determinados, por la ideología (estética) hegemónica del momento. Para ser más claros hemos de intentar ejemplificar lo que decimos: no es fortuito que tras la dictadura franquista, los géneros musicales que más triunfasen fuesen los entonces llamados géneros “contraculturales” como el punk, el rock, o el pop. E incluso dentro y entre estos géneros también podríamos encontrar un claro marcador de clase, de raza y de género. Pero por seguir con nuestro argumento, que el pasodoble fuese la “banda sonora” del régimen no es una cuestión causal y ajena a cuestiones políticas. Existe, en fin, un claro componente político en el hecho de que una sociedad guste, cree o escuche tal o cual música.


Eso sí, hay determinados géneros musicales en los que la ideología se muestra de manera mucho más explícita. Hablamos así de géneros como el rock, el punk o el rap. Solo hemos de pensar en los orígenes sociales del punk, el hip-hop o el reggaetón para darnos cuenta de todo el discurso que estás músicas transportan y pueden transportar. No queremos aquí defender un visión utilitarista y pragmática del arte. La música no tiene por qué enfocarse única o exclusivamente hacia la construcción de un discurso político explicito, pero tampoco vamos a defender una posición “purista” o apolítica, pues consideramos que ello es imposible. Queramos o no, hemos de saber que toda música reproducirá cierta ideología sea esta hegemónica o contrahegemónica. Nuestra responsabilidad, como creadores y consumidores, es la de elegir conscientemente que discurso queremos consumir o producir.

Pero más allá de la música y el músico en sentido amplio (campo del que el que escribe, poco conocimiento tiene), debemos, por lo menos, en estas líneas, centrarnos mínimamente en la música militante. La música, como cualquier otra producción cultural dirigida a las masas (es decir, a un público susceptiblemente amplio) tiene la capacidad de crear y reproducir un discurso. De esta manera la música puede convertirse, como cualquier otro discurso, en un arma de lucha. La música pude crearse, y entenderse, como una herramienta al servicio de la libertad y la rebeldía, además de constituirse como una forma de evasión y resistencia ante la realidad capitalista y estatal.


Entre las herramientas musicales de lucha más habituales en el Estado español encontramos el punk y el rap protesta. Ambos estilos coinciden en que no necesitan de muchos instrumentos o conocimientos para producirse. Con 3 instrumentos básicos y una voz el punk es capaz de crear un estilo y un discurso intrínsecamente contestatario. El rap, por su parte, mucho más accesible en términos materiales (tan solo necesita de una voz y un reproductor de sonido) tiene la virtud de poder extenderse construyendo mensajes y discursos muchos más amplios y elaborados. No es casualidad que el rap sea el estilo musical más utilizado en la crítica política. Por su forma, el rap tiene capacidad de dar flexibilidad y margen a la rapera para que esta muestre sus ideas. En definitiva, el rap, al igual que el punk, tiene la suerte de ser un espacio de comunicación, no sólo estética, sino también explícitamente ética.


En el panorama español la música explícitamente política, y la música protesta, muchas veces ha sido banalizada, desligada de su discurso y utilizada para fines capitalistas o estatales, pensemos tan solo en el himno antifascista de Bella Ciao en “La casa de papel”. Lo “outsider”, por desgracia, no pocas veces se sube y se entrega (o es entregada) a lo “mainstream”, quedando el discurso y la queja supeditada a intereses comerciales o partidistas. Algunos de los músicos que antes hacían rap protesta han acabado por olvidar la queja en beneficio de la fama y el dinero. Sin embargo, y pese al nada sorprendente proceso de asimilación cultural que se desarrolla en algunos de los músicos protesta, no son pocos los grupos que nacen para quejarse y para poner su arte al servicio del oprimido.


Bajo la creencia de que la música es un arma, LA REVOLTOSA ha decidido colaborar con uno de estos grupos protesta, no sin antes ofrecer nuestra plataforma y colaboración a otros grupos y artistas reivindicativos y anarquistas. Sin alargarnos más esperemos que os revolucione: “Perdón Audiencia Nacional” de KATASTROFE (HIJAS DEL PARKE).



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