Tras la resaca de la actuación policial del pasado sábado en la manifestación del 20M son muchos los que se asombran e indignan al descubrir y ver lo que sucedió en la cuesta de Moyano (Madrid) una vez finalizada la manifestación. No sin razón se cuestiona la proporcionalidad y necesidad de la actuación policial. Pero, para aclarar lo sucedido, empecemos por el principio. El pasado sábado 20 de marzo se convocó en Atocha una manifestación en solidaridad con Pablo Hásel y en defensa de los derechos y libertades. La manifestación no fue comunicada a Delegación de Gobierno y, por tanto, se trataba de una manifestación no autorizada, pero, aquí el matiz, no ilícita, es decir, la manifestación, pese a lo que pueda decirse, no era ilegal, y por tanto secundarla tampoco constituía un delito. La comunicación o no comunicación de la manifestación no es condición indispensable para su legalidad o ilegalidad. En otras palabras, pese a que la comunicación de una manifestación sea requerida por el art 21.2 de la constitución, la no comunicación de la manifestación no convierte la manifestación en ilegal. Según el art 513 del código penal, una manifestación se considerará ilegal sólo bajo dos supuestos: a) “Las que se celebren con el fin de cometer un delito” y b) “Aquellas a las que concurran personas con armas, artefactos explosivos u objetos contundentes o de cualquier otro modo peligroso”; supuestos estos que – a la vista de los hechos acontecidos – no se presentaron el pasado sábado. Considerando esto último, y por si acaso todavía había dudas, la manifestación del pasado sábado no fue ilegal. Este dato es importante, puesto que pese a que consideremos la norma jurídica como un instrumento coercitivo en si mismo, la no ilegalidad del acto ocurrido el sábado deslegitima aún más el proceder policial. En resumidas cuentas, el Estado y sus perros mediáticos y punitivos se retratan así mismos. Cualquier argumento que ampare los hechos en la prevención o corrección de un delito – si ya de por sí es débil y muy matizable – en este caso está, al menos en sus propios códigos, equivocado.

Cordón desplegado en el Paseo del Prado.
Pero volviendo a los hechos acontecidos el sábado. La manifestación, que tenia previsto recorrer el Paseo del Prado de Atocha a Cibeles, se había convocado a las 7 de la tarde. En torno a las 5-6 de la tarde el despliegue policial empezó a hacer muestra de su fuerza. Según algunas fuentes se desplazaron hasta las inmediaciones de Atocha unos 1.000 agentes, en su mayoria efectivos pertenecientes a la Unidad de Intervención Policial (UIP). No obstante se pudo ver por los alrededores a algunos efectivos de la Unidad de Caballería. Suponemos que por “casualidad”. Unos 30 minutos antes de la hora de la convocatoria empezaron a llegar los manifestantes de poco en poco. Transcurridos unos 40 o 50 minutos desde entonces, entorno a eso de las 7:20 de la tarde, la manifestación, con retraso, intento avanzar hacia el Paseo del Prado. Un fuerte efectivo policial de Furgones y antidisturbios uniformados y armados hasta las cejas impidió el avance de los manifestantes. Lo que era una manifestación se convirtió, por la actuación de la policía, en una concentración que paralizó la circulación del Paseo del Prado por ambos sentidos. Transcurridos unos 60 minutos de gritos, proclamas – y por qué no decirlo – alguna que otra soflama bienintencionada, la manifestación fue desconvocada por miembros del Movimiento Antirrepresivo de Madrid (MAR). Es en este momento cuando se suceden los hechos de la cuesta de Moyano.

Un fuerte cordón policial invita a parte los manifestantes a abandonar el lugar subiendo por la cuesta de Moyano, es en este momento, cuando nos percatamos de que estamos asistiendo a una encerrona de manual. La cuesta de Moyano se convierte en una trampa para ratones. Un cordón policial se sitúa al final de la cuesta, en la calle de Alfonso XII, impidiendo el paso. Al mismo tiempo, otro cordón, en posición paralela y contraria, empieza a cercar la cuesta de Moyano por su principio. La maniobra ha sido realizada con éxito. La cuesta de Moyano se convierte en un campo de retención improvisado. Un cordón por arriba, otro por abajo, y los manifestantes atrapados en medio sólo pueden o esperar o desesperarse – pobre de aquel o aquella que estuviese paseando por allí a esas horas. Al cabo de unos minutos, cuando las posiciones ya están aseguradas, la policía empieza a dejar salir a los manifestantes que así lo deseen. Aunque, como en cualquier frontera, hay que pagar un arancel. Sólo puedes salir si permites que la policía apunte tus datos y tu nombre en una libreta. Es decir, o te identificas, o te jodes. A todo esto, hemos de recordar que el toque de queda acecha – como en las guerras – y que los agentes no tienen ningún problema en esperar a la ansiada hora para abrir un procedimiento de sanción. Medidas de control sanitario utilizadas para reprimir. Sería sorprendente sino lo hubiésemos advertido hasta la saciedad.

Esta maniobra policial, que – por razones obvias – pillo a muchos por sorpresa, estaba más que meditada. Kettling es su nombre técnico. Encapsulamiento o contención su traducción. Como hemos visto con el ejemplo de Moyano, el Kettling es una maniobra policial que consiste en rodear y retener a un grupo de manifestantes en un espacio controlado por un tiempo limitado o ilimitado, y con objetivos varios y diversos. Esta maniobra es una táctica policial de prevención, que si bien no busca la confrontación directa con el manifestante, sí puede dar como resultado – a causa del agotamiento psicológico – la respuesta violenta y/o agresiva de las personas retenidas. Este tipo de maniobra policial busca el desgaste psicológico del ciudadano retenido, quien, por otra parte, debe asumir las condiciones impuestas por la policía si no quiere acabar detenido o reprimido físicamente. Al mismo tiempo el encapsulamiento logra infundir miedo y sensación de vulnerabilidad. Como toda actuación policial y punitiva, el objetivo es amenazar y advertir a navegantes. La próxima vez que vayas a acudir a una manifestación, te lo pensarás dos veces. A todo esto se le añade el hecho de que el encapsulamiento – a diferencia de otras estrategias más invasivas y directas – tiene la ventaja de mostrar a la Policía como un cuerpo pacífico y no violento. La represión, pese a estar presente, no es tan explicita puesto que no hay una agresión física por parte de los cuerpos policiales. Es una táctica de desgaste, ofensiva, más que defensiva. Una táctica que tiene como objetivo, no solo a los ciudadanos retenidos, sino también a todos aquellos que no lo están.

Ejemplo de la policía de Estados Unidos
El Kettling, como estrategia policial, nace en los cuerpos represivos de Reino Unido y Estados Unidos. En estos Estados la policía aplica con mayor frecuencia que en España este tipo de maniobras. Maniobras que, en muchos casos, son cuestionadas. Así, por ejemplo, en 2001, un grupo de manifestantes londinenses llevó el encapsulamiento al Tribunal Europeo de DDHH, pues se consideraba que la práctica policial vulneraba algunos derechos básicos como la libertad de movimiento. El Tribunal, tras deliberarlo, se pronunció a favor de los cuerpos represivos y abaló la práctica del Kettling.

Ejemplo de la policía de Reino Unido
En el Estado español, más allá de la actuación del pasado sábado, el encapsulamiento se ha visto envuelto en varias polémicas. Desde las movilizaciones del 11-M los cuerpos policiales han recurrido a está estrategia de manera más o menos frecuente y por tanto la polémica represiva está servida. Destaca una actuación de los Mossos en 2014. En esta ocasión los cuerpos policiales retuvieron a un grupo de unos 200 manifestantes en la Gran Vía de Barcelona. Una vez retenidos, si querían salir, los manifestantes debían identificarse y hacerse una foto a las deportivas que portaban, además se les obligo a hacerse una foto encapuchados y portando bragas faciales que – en varios casos – fueron prestadas por la policía.

Ejemplo de la policía del Estado español
La práctica del encapsulamiento, por tanto, puede dar como resultado verdaderas situaciones de represión, propias de Estados militares y tiempos marciales. La actuación del pasado sábado nos vuelve a recordar que vivimos – como no podía ser de otra manera – en un Estado policial que se sirve del miedo y la intimidación para sobrevivir.