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Cuando el capitalismo agoniza, el fascismo acude en su rescate.

El fascismo se dice obrerista, se presenta como una vía emancipadora para los trabajadores explotados por el capitalismo. Pero esto es solo apariencia, solo demagogia. La praxis de los regímenes y los partidos fascistas nos ha demostrado en la historia, y en la actualidad, que sus intereses están subordinados y alineados con los intereses burgueses.


Sí, los fascistas son antidemócratas, en la misma medida que son capitalistas, y en la misma medida que es antidemócrata el burgués. Los burgueses defienden sus intereses, si estos pueden defenderse con una “democracia liberal”, bien; sino, no tienen ningún reparo en defender sus propiedades mediante otros métodos más represivos y coercitivos. El fascismo, es uno de esos métodos. El fascismo, al fin, no es más que una herramienta de la burguesía para imponer la explotación de clase cuando los mecanismos “democráticos” que utiliza normalmente no son suficientes. Cuando la explotación no se puede disimular aparece el fascismo.


Pero, Por qué razón, es que, los anarquistas revolucionarios, afirmamos esto con tal rotundidad, y por qué ahora.


No en pocas ocasiones la naturaleza capitalista del fascismo se ignora, y, con ella, se ignora toda la potencia revolucionaria que puede poseer el movimiento antifascista.

El fascismo no es un movimiento emancipador de clase. No busca la eliminación de las clases, ni la abolición de la explotación del hombre por el hombre. El fascismo es una fuerza reaccionaria, conservadora, alineada con los intereses de la burguesía. El fascismo no es anticapitalista, como no lo son todas aquellas fuerzas que lo que quieren es reformar el capitalismo y no destruirlo. El fascismo, decimos, defiende los intereses de la burguesía pues defiende la explotación, defiende el estado y defiende, en fin, el beneficio del capitalista.


El fascista en lugar de atacar la realidad material de las relaciones de producción ataca a chivos expiatorios en los que focaliza el odio y la resignación del proletariado. El fascismo desmoviliza a la clase obrera y le hace defender los intereses del capital. El fascismo dice que la culpa es del judío para no decir que la culpa es de la propiedad privada. El fascismo dice que la culpa es de los inmigrantes para no decir que la culpa es de las relaciones de producción. El fascismo dice que la culpa es de los refugiados para no decir que la culpa es de los empresarios, de las empresas y de la realidad material que las origina. El fascismo, en definitiva, es el arma propagandística de la burguesía en los tiempos de crisis. Acude a la salvación del capitalismo cuando los regímenes democráticos ya no pueden disimular la explotación y la pobreza.


El fascismo impone por las armas lo que la democracia liberal y burguesa no puede imponer y disimular con la escuela, la ideología, la dependencia económica y la policía. El fascismo cambia la forma, pero no transforma el método. El fascismo deja intacto, en su asalto al poder, las relaciones de producción que condenan a la clase proletaria.


El racismo, la xenofobia, el antifeminismo, el anticomunismo, son herramientas del fascismo, y de la burguesía que hay detrás de él. El fascismo necesita desviar la atención de la lucha de clases, de la organización revolucionaria del conjunto del proletariado, pues su objetivo no es revolucionario sino reaccionario y conservador. El fascismo, se adapta, y a cada tiempo crea una excusa distinta con la que desviar la atención de la realidad material del trabajador.

El fascismo necesita crear otros conflictos, otras causas, y para ello mira a su entorno, a los problemas más inmediatos de la sociedad. El fascismo al fin, buscará en cada tiempo, una explicación alternativa al porqué de la explotación del capitalismo. Esta explicación alternativa puede ser el antisemitismo en los lugares de tradición antisemita, el racismo en los lugares receptores de inmigración, la xenofobia en los lugares de tradición nacionalista. Es indistinto. Solo les interesa desviar la atención. Ese es su fin.


Al mismo tiempo, el fascismo es anticomunista, como también es antianarquista. Lo es por las mismas razones que es capitalista, y por la misma razón que su práctica beneficia a los intereses burgueses. El fascismo quiere desmovilizar a los obreros organizados. Quiere evitar la revolución proletaria. Como la socialdemocracia, propone reformas, pero nunca pone el foco en las relaciones materiales de producción.


El fascismo, en fin, decimos que es el brazo armado de una burguesía que en tiempos de crisis quiere sobrevivir y conservar sus formas de explotación.


El antifascismo, por todo esto, debe ser anticapitalista. Y el fascismo, por estos motivos es capitalista.


Escribimos esto hoy, no por casualidad, sino porque es necesario actuar. Ayer, 29 de agosto, Hogar Social Madrid ocupaba un edificio en uno de los barrios más ricos de Madrid. A través de él, el fascismo vende la idea de ayudar a la clase trabajadora, pero su ayuda, es una ayuda demagógica y asistencialista que evita que la clase obrera se movilice en defensa de sus intereses a largo plazo.


Desde el comienzo de la pandemia, y con la agudización de la crisis económica y social, las organizaciones fascistas están aumentando en fuerza y en número. Y esto, es un hecho que no podemos negar.


El antifascismo necesita, por tanto, reflexionar. Pensar si como los socialdemócratas ha optado por vías que no satisfacen las necesidades reales de los trabajadores. Necesitamos pensar y actuar para que el fascismo no siga creciendo, y para que, con él no sigan existiendo las estructuras capitalistas de dominación.


Lo que hace bien el fascismo, y esto hay que reconocerlo, es apelar a las necesidades inmediatas, a los sentimientos y a las pasiones del proletariado. Pero, el pan de hoy, es el hambre para mañana. Su asistencialismo solo sirve para evitar una revolución proletaria y para mantener a flote el capitalismo.


El antifascismo necesita de propuestas revolucionarias, necesita de la reacción inmediata contra la explotación al igual que necesita de un programa revolucionario. El antifascismo tiene que demostrar que es un movimiento capaz de hacer frente tanto a las necesidades inmediatas del proletariado como a las necesidades estructurales de nuestra clase. El antifascismo tiene que rechazar el asistencialismo apolítica del fascismo y la socialdemocracia para crear una autoorganización que de respuesta tanto a las necesidades inmediatas como revolucionarias de la clase obrera.


Necesitamos organización. Necesitamos praxis y no solo palabra. Los antifascistas debemos de bajar a la realidad y dejar de entender el antifascismo como una cuestión ideológica y guerra civilista. El fascismo existe hoy y existe porque existe el capitalismo, porque existe una realidad material que lo origina.


La guerra contra el fascismo no es una guerra ideológica, que también. Sino una guerra material, una guerra de clases.


La forma de combatir al fascismo en la actualidad pasa por una praxis que permita al proletariado emanciparse del capitalismo. El antifascismo debe de ofrecer una alternativa realmente revolucionaria y emancipadora. Dejarse de palabras y demostrar que defiende los verdaderos intereses del proletariado tanto a corto como a largo plazo.


Frente al fascismo; anticapitalismo.

Frente al fascismo; organización.

Frente al fascismo; antifascismo revolucionario.

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