Células de un mismo organismo, de un mismo cuerpo, átomos que forman una misma sustancia que por sí sola respira pero que sin los átomos no es nada, una sustancia que necesita de la unidad, de la relación para mantenerse con vida. Si los átomos se separan la sustancia muere, si los átomos se aíslan o son aislados la sustancia perece.
Nosotros somos átomos, personas individuales que juntas conformamos la sociedad, una sociedad que necesita de la convivencia, de la cercanía, de la relación para sentirse y respirar. Con la distancia la sociedad sucumbe por no reconocerse, con el espacio la sociedad desaparece tras ahogarse.
Somos seres sociales, necesitamos la comunidad para aprender, para saber, para disfrutar, para reír y llorar, y en definitiva para vivir. Somo seres sociales porque necesitamos de la sociedad, sin la sociedad no somos porque no llegaríamos a ser. Esta dependencia al cuerpo social nos empuja en dos direcciones, semejantes y diferentes al mismo tiempo. Por un lado, de la sociedad aprendemos, y por otro lado, a la sociedad la enseñamos, es decir nuestro pensamiento, nuestra acción también sirve para que los demás aprendan; somos maestros y aprendices al mismo tiempo, dos posiciones que son semejantes en tanto que necesitan de la interacción, y diferentes en tanto que cada una de ellas se posiciona en lugares contrapuestos de la interacción, una interacción que es asimétrica, pero que no tiene porqué dominar.
Decimos que no conlleva dominación en tanto que estos espacios pese a ser opuestos y antagónicos, son permutables, quién enseña también aprende, quien aprende también enseñará. El poder que puede ejercer un maestro, puede ser respondido por el aprendiz cuando se permuten los roles. Esta premisa disuade al maestro de ser paternalista, y distrae al alumno de ser condescendiente. Se crea una relación, vertical, pero cambiante, y en tanto que cambiante, limitadora de la acumulación de poder. Si el maestro luego será alumno, el maestro no podrá acumular poder ya que no formará al alumno en su totalidad, en consecuencia, el profesor no podrá ejercer opresión sobre el aprendiz, y en caso de que esta fuese ejercida, podría ser devuelta cuando tornen las posiciones.
Sin embargo, ¿Qué ocurre cuando estos roles, maestro-aprendiz, no permutan, sino que se mantienen fijos? ¿Qué ocurre cuando no existen equilibrios de poder? ¿Cuándo no hay herramientas que limiten la acumulación del poder?
Seguramente ocurra que el maestro comience a educar a su aprendiz para su propio beneficio. Ya no existe ningún mecanismo disuasorio o regulador. El maestro educa en su totalidad al alumno. Ante esta situación, o el aprendiz se revela contra el maestro, o el alumno comienza a actuar con condescendencia (en el sentido de complaciente). Dado que el alumno ha sido educado por el maestreo en su totalidad, no conoce otro rol que el de aprender, el aprendiz naturalizará su posición de oprimido. Sin una interacción bidireccional, el poder se acumula en quien enseña, pues quien educa puede educar para su beneficio y mantenimiento, y quien aprende sólo aprende lo que el maestro quiere enseñar.
Para que exista esta bidireccionalidad, es necesario que tanto alumnos como profesores compartan distintos círculos, diferentes fuentes del saber, para poder enseñar lo que el otro no sabe, y para poder saber lo que el otro enseña.

Pero no se habla aquí solo de la educación formal, sino que ampliamos el campo formativo a casi cualquier interacción humana. Así, la mayoría de las relaciones humanas llevan implícita la dinámica de la enseñanza, por ejemplo, en una conversación amistosa, una persona cuenta una historia, historia que dejará sus posos educativos en los oídos que la escuchen, de manera que la boca que habla ejerce de maestra y las orejas que escuchan ejercen de aprendiz. Como suele ser normal, cuando la boca finalice la historia y la oreja haya asimilado la moraleja, cambiaran las tornas, y la persona que era maestra será aprendiz. Se están contando diferentes historias, diferentes saberes.
Como tenemos muchas relaciones, formales y no formales, es muy complicado que siempre sirvamos en el papel del aprendiz, es decir: al tener muchas fuentes de aprendizaje y de enseñanza, no acumulamos poder y no se nos ejerce poder.
Por intentar resumir, la dominación surge, no de la posibilidad de ejercer la enseñanza, sino del privilegio único, del monopolio de la enseñanza. Quien enseña moldea, y si solo nos moldea un alfarero, nos hará de la forma que mejor le convenga, sin que nosotros tengamos posibilidad alguna de criticar, cuestionar o corregir su obra, ya que nuestra realidad, nuestras posibilidades, son las mismas que las de nuestro maestro; nuestro cosmos se limita a lo que nos ha enseñado nuestra única fuente de sabiduría, no podemos ser maestros, no podemos intercambiar los roles, porque todo lo que sabemos ya lo sabe quien seria nuestro alumno.
Para evitar por tanto que no puedan permutarse los roles y que los maestros acumulen poder, es necesario que haya diferentes fuentes de conocimiento, y que intercambiemos saberes y experiencias con más de una persona, pues sino, si solo existe una fuente de la que emana el saber, la realidad se limita al charco que forma el único grifo existente.
A fin de que exista la posibilidad de ser maestro, tienen que existir saberes que otros no sepan, cuanto más nos relacionamos, cuanto más aprendemos más libres somos, puesto que somos más capaces de contraponernos a las cosmovisiones que pretenden ser sinónimo de realidad, cuanto más sabemos más posibilidades hay de criticar y modificar el trabajo del alfarero.
No obstante ¿y si perdemos la posibilidad de crear interacciones humanas? ¿y si los únicos saberes que aprendemos emanan de la educación estatal? Si no hay espacio de interacción humana, no hay posibilidades de aprender cosas que nuestro maestro habitual no sabe, o lo que es lo mismo, no nos enseñaría. Sino hay espacios públicos de intercambios de ideas nuestro maestro acumula poder porque solo sabemos lo que el enseña, y no nos queda otra que ser el alumno que solo sabe lo justo y necesario para complacer al profesor.
En definitiva, enseñar lo que no nos ha enseñado el maestro habitual, y aprender lo que nos enseñan otros maestros no estatales y no habituales, nos hace libres y críticos.